El consumo crónico de alcohol puede contribuir a aumentar la sensibilidad al dolor a través de dos mecanismos moleculares. En un estudio publicado al ‘British Journal of Pharmacology’, un equipo de investigadores explica cómo ha descubierto la relación compleja entre el alcohol y el dolor y concluye que, tanto si se bebe mucho como si se sufre síndrome de abstinencia, hay dos procesos diferentes que hacen que el dolor crónico aumente. A la vez, pero, también han identificado dianas terapéuticas potenciales para ayudar a tratarlo.
Un problema relacionado con enfermedades muy diversas
Los trastornos por el uso de alcohol son un espectro que cubre tanto el abuso del alcohol como la dependencia y la adicción. Entre otras muchas consecuencias, estos trastornos pueden ayudar al desarrollo de varias enfermedades crónicas, tanto cardiovasculares como hepáticas y también algunos cánceres. Entre los problemas que causa, además, también hay un aumento de la sensibilidad al dolor y su cronificación. Una de las formas que puede tomar esto es la llamada neuropatía alcohólica, es decir, daños a los nervios que causan dolor crónico y otros síntomas.

Los efectos del alcohol en cómo sentimos el dolor
Hasta ahora, algunos estudios apuntaban que los trastornos por el uso de alcohol se asocian a cambios en la manera como el cerebro procesa las señales del dolor y también en la activación del sistema inmunológico. El dolor, además, puede llevar a consumir más alcohol, creando un bucle. Por otro lado, durante la abstinencia, las personas que sufren trastornos por el uso de alcohol pueden sufrir alodinia, que hace que un estímulo inocuo sea percibido como doloroso por el cuerpo.
Así pues, estudiar la relación bidireccional entre la dependencia del alcohol y el dolor crónico es muy importante para poder combatir este gran problema de salud global. Es por eso que los autores de este estudio miraron de averiguar las causas de los varios dolores relacionados con el alcohol con un experimento en tres grupos de ratones: los ‘abstemios’, los ‘bebedores moderados’ y unos terceros que habían desarrollado dependencia del alcohol.
Este último grupo desarrolló alodinia durante la abstinencia y, al consumir después, su sensibilidad al dolor bajaba notablemente. Este efecto también se observó en casi la mitad de los ‘bebedores moderados’ pero, a diferencia de los dependientes, el problema no desaparecía al volver a beber.

Dos mecanismos y dos tratamientos
Al mesurar los niveles de proteínas inlamatorias en los dos grupos, se vio que, a pesar de que la respuesta inlamatoria estaba sobreexcitada en todos, algunas proteínas solo habían aumentado en los ratones dependientes, indicando que podría haber mecanismos moleculares diferentes para cada tipo de dolor y, también, que estas proteínas podrían ser una diana terapéutica para combatirlos.
Gracias a este descubrimiento, se podrá continuar estudiando este campo relativamente poco conocido y, en el futuro, ayudar las personas que sufren dolor crónico a causa del abuso en el consumo de alcohol, puesto que se podrá distinguir más fácilmente qué tipo de dolor tiene cada paciente y actuar en consecuencia.